Axolotl: Un dios en peligro de extinción
2020, año señalado por los científicos para que se consume la desaparición del emblemático Ambystoma mexicanum.
Introducción
Amanece en Xochimilco. Frente a mí se abre un paisaje de canales e islas artificiales de cultivos, conocidas como chinampas, la forma de producción agrícola desarrollada por los antiguos mexicanos de la zona lacustre. Pedro Méndez, un campesino de 45 años, moreno, de mirada luminosa, rema apaciblemente rumbo a su tierra para mostrarme su procedimiento de trabajo (conocimiento heredado de generación en generación durante los últimos 900 años, por los menos). Nadie podría decir que nos encontramos a un par de kilómetros de la Ciudad de México, una megalópoli que, precisamente hoy, ha tenido que declarar una contingencia ambiental, con lo que restringe la circulación de dos millones de automóviles y 40 % de la actividad industrial para evitar el sofoco de sus habitantes.
Además de la contaminación, la cultura tradicional de la chinampería resiste, en pleno siglo xxi, una problemática multifactorial que inevitablemente devora lo que queda de los humedales. Ligada al destino de este sistema lacustre no sólo se encuentra la vida de campesinos como Pedro, también la de un grupo de especies endémicas de la región.
Entre ellas destaca el axolote (Ambystoma mexicanum): una larva de salamandra exclusiva de estos lagos, que permanece toda su vida en estado acuático y que lo mismo respira por su epidermis que por sus branquias y pulmones, capaz de regenerar sus miembros y que, históricamente, ha sido venerada por los aztecas. Objeto de debate de los naturalistas europeos; animal de culto para los escritores latinoamericanos del siglo xx, e, incluso, usado como metáfora irónica de la identidad nacional por el antropólogo Roger Bartra, en su libro La jaula de la melancolía.
A pesar de su valor histórico, biológico y cultural, se encuentra en serio peligro de extinción. Un riesgo que algunos xochimilcas asumen como una afronta para su propia existencia: “Así lo decía la leyenda –dice Pedro–, que cuando los ajolotes se extingan, nosotros nos íbamos a extinguir con ellos. Eso lo vemos. En la medida en que rescatemos al ajolote, vamos a perdurar. [Pero] si el ajolote se pierde, nosotros nos perdemos”.
El principio del fin
Mientras navegamos por uno de los canales principales, Pedro me cuenta cómo hace algunos lustros bastaba una red para pescar de una sola tirada hasta 10 ajolotes. Para los nativos como él, desde siempre se trató no solo de un recurso fácil y abundante, sino que, preparado con jitomate, chile, ceniza y ranas leopardo de Moctezuma (Rana montezumae), se transformaba en un manjar conocido como mixmoli. Era solo una de las muchas formas de consumo, ya que también se podía comer envuelto en hojas de maíz a orillas del lago o bien utilizarse como remedio medicinal contra la tos en forma de jarabe. Pero todo eso es cosa del pasado.
La realidad es que este paraíso se encuentra amenazado por el irrefrenable avance de la mancha urbana. Situación que no se entiende en una región que ostenta el título de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y de Área Natural Protegida y Humedal de Importancia Internacional Ramsar. Pero, mucho menos, por las aportaciones ambientales que hace a la urbe con la que colinda, mitigando el ruido y la contaminación atmosférica, aportando agua y evitando el hundimiento diferenciado del suelo, por mencionar solo algunas.
Dentro de este complejo entramado agrícola, la unidad fundamental es la chinampa, un sistema ancestral de cultivo que gana terreno a la superficie del lago. Se construye con base en la vegetación acuática y el fango del fondo superpuestos de forma intercalada, y está delimitada por troncos y árboles. Una unidad de terreno artificial construida con paciencia durante siglos y que reconvierte el lago en un área productiva. Es también una pieza de la organización social, cuyo principio funcional es la interrelación agua-suelo-ser humano, y que este año fue reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) como Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM).
Además, en lo que atañe a esta historia, la chinampa es la pieza clave para la preservación del axolote, ya que entre los canales y apantles que constituyen la infraestructura de las islas, el anfibio encuentra no solamente la calidad de agua, el alimento y el oxígeno para existir, sino el refugio para su reproducción y crecimiento. En contraprestación, el axolote retribuye con su buena reputación y gran poder simbólico: el hecho de que un animal tan sensible a la temperatura (los anfibios son considerados los termómetro naturales del mundo), los nutrientes y la oxigenación del agua pueda sobrevivir entre las chinampas es un indicativo de su eficacia agrícola, por lo que su sola presencia garantiza la calidad de los productos y, por ende, un valor agregado que beneficia al campesino.
No obstante, la reconstrucción del sistema de chinampas requiere superar varios obstáculos y los enemigos a vencer no son pocos ni dóciles. Hablamos de la presión inmobiliaria que busca urbanizar los terrenos, crear asentamientos irregulares, cerrar canales y zanjas, pero que, sobre todo, apuesta por la falta de vocación agrícola de las nuevas generaciones que abandonan a su suerte la tierra heredada. Como lo resume Carlos Sumano, colaborador del Laboratorio de Restauración Ecológica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM): “La chinampería no resulta atractiva para los jóvenes, no hay un relevo generacional. Ese es uno de los principales problemas, porque los productores van dejando sus tierras y éstas se ven afectadas por la urbanización, la contaminación y el turismo”.
Una afectación que se refleja en las cifras. Del total de la reserva protegida, tan solo 15 % se emplea para el cultivo. Y de esta superficie, de por sí mermada, se deben descontar aquellas chinampas que han transformado la forma de producción tradicional con la construcción de invernaderos y el uso intensivo de agroquímicos, la búsqueda de cultivos con mayor rentabilidad pero fuera de temporada, el cierre de canales y zanjas para usar el terreno con otros fines, y el consecuente depósito de residuos tóxicos.
Con todo, Luis Zambrano, investigador del Instituto de Biología de la UNAM, y quien ha dedicado los últimos 10 años de su trabajo al rescate y la conservación del ajolote, señala que la salvación del anfibio es el pretexto ideal para intentar restaurar el ecosistema en general. No obstante, afirma estar conciente del gran reto que eso significa ya que se debe abordar no sólo desde su perspectiva ecológica, sino, sobre todo, desde la social.
“La parte social es muy compleja, porque están los distintos grupos económicos –los remeros, los pescadores, los chinamperos, los que ponen canchas de futbol–, más los gobiernos locales y los prestadores de servicios turísticos. Hay varios grupos con diferentes visiones, diferentes intereses y diferentes peleas entre ellos. […] Una de las piezas fundamentales para una restauración ecológica es que la gente de dentro la haga suya y la apoye”, afirma el investigador.
En este sentido, Pedro es un ejemplo del involucramiento social, cuando se afirma poseedor de un tesoro y estar dispuesto a lo que sea para defenderlo. Cuando finalmente llegamos a una de sus chinampas, me dice: “Solamente salvar el axolote es salvar su entorno; es rescatar el agua, es rescatar las especies con las que vive el ajolote, y rescatar la chinampa, la naturaleza y los árboles. […] Es toda una dinámica, es un proyecto integral, pues si nosotros no nos salvamos, el ajolote tampoco se va a salvar”.
Mitológicamente, el ajolote está condenado a muerte. Según cuenta fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España, este dios asociado a la dualidad y a la monstruosidad huyó del sacrificio que le imponían los otros dioses, con el que esperaban devolverle el movimiento al sol. En su escape se transformó primero en un maíz de dos pies (xolotl) y luego en un maguey de dos pencas (mexolotl). Por último, se refugió en el fondo del lago como un monstruo de agua (axolotl), donde sería alcanzado y sacrificado.
En realidad, el axolote comenzó su lucha por sobrevivir hace poco más de cuatro siglos, al escapar no de los dioses, sino de la voracidad humana, cuando, en 1607, se inició la construcción del llamado tajo de Nochistongo, la primera obra hidráulica de muchas cuyo fin era evitar las inundaciones en la entonces capital de la Nueva España, al desviar el flujo del lago hacia fuera del valle.
De ese día a la fecha, el sistema hídrico original del valle de México fue sometido a una serie de reparaciones y obras hidráulicas que culminó en el actual sistema de drenaje y con la desaparición de 98% de los humedales. Se trata de un sistema imposible de concebir, conformado por estaciones de bombeo, presas, lagunas de regulación, colectores, canales y túneles gigantescos, cuyo fin es evitar que el lago, que en su momento de esplendor alcanzó los 2 000 kilómetros cuadrados de superficie, se apodere nuevamente del centro.
A esta depredación le siguió el confinamiento de los manantiales que alimentaron a Xochimilco de forma natural hasta mediados del siglo xx y su posterior sustitución con la inyección de aguas residuales tratadas provenientes de la megalópoli. ¿El resultado? Las aguas actuales tienen un alto contenido de sales y una baja proporción de sodio, registros fuera de norma de coliformes fecales y metales pesados como cadmio y zinc, entre otros.
Para la segunda mitad del siglo xx, el Ambystoma mexicanum encaró un nuevo reto. La competencia desleal y agresiva de especies invasoras como la carpa y la tilapia, introducidas al lago de Xochimilco en los años setenta y ochenta, respectivamente, como parte de los programas de piscicultura que entonces promovía el gobierno federal. Se trata de peces cuyas poblaciones se salieron de control, ya que, según comenta Zambrano, “la carpa es una máquina devoradora de todo aquello que se encuentra cerca de las plantas, incluyendo los huevos y las larvas de ajolote, en tanto que la tilapia africana, si bien no se come las larvas, sí tiene una capacidad de reproducirse tan grande que representa 95 % de la biomasa animal de los canales, con el consecuente acaparamiento del alimento”, me comenta el biólogo.
Por último, el ya mencionado abandono de la tierra por parte de los pobladores nativos y la afectación de la zona por el turismo mayormente nacional, el cual alcanza dos millones de visitantes al año y que, como afirma Zambrano, no vienen a convivir con la naturaleza, sino a hacer de ese espacio “una auténtica cantina flotante”. El biólogo, de unos 48 años, ha sido también responsable de los últimos censos que muestran la debacle de la especie. Esto ha dado continuidad a las investigaciones que iniciara, en 1998, la doctora Virginia Graue, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), cuando se contabilizaron 6 000 individuos por kilómetro cuadrado.
Desde entonces, la caída de la población es escandalosa. En 2004 se encontraron 1 000 ajolotes por kilómetro cuadrado y cuatro años después apenas 100. “Nuestro último censo, realizado en 2014, indica que la población se ha reducido a tan solo 36 ajolotes por kilómetro cuadrado”, se lamenta Luis , quien ha llevado a cabo un análisis de viabilidad demográfica que no es nada esperanzador: el axolote estará extinto en su hábitat natural para el año 2020. “No lo digo yo, lo dice un modelo matemático, y ya estamos a la vuelta de la esquina”, concluye.
Revertir en unos cuantos años un proceso de degradación que ha durado varios siglos parece una misión difícil, pero no imposible. Por lo menos así lo considera Zambrano, quien dice estar también dispuesto a dar la batalla por lo menos durante los próximos cinco años, cuando “podrá saber si su idea de rescate funcionó o no”.
De su lado está el conocimiento que se ha adquirido en los últimos 10 años acerca del anfibio y su entorno, como son los requerimientos mínimos para su subsistencia; su buena relación con los grupos chinamperos, que han aportado muchas de las ideas para la conservación del anfibio, y su capacidad para sensibilizar e involucrar a las autoridades en turno.
El eje de su plan se basa en regenerar la unidad ambiental de la chinampa por medio de técnicas agroecológicas e inhibiendo el uso de químicos. La clave es restablecer el binomio chinampa-ajolote, base de toda la estrategia, involucrar a los actores sociales en las actividades y erigir al ajolote como emblema del rescate de todo Xochimilco. Una idea que Zambrano resume así: “Creamos un refugio para los axolotes que sea muy fácil de hacer, que filtren el agua y no dejen entrar a las carpas ni a las tilapias. A su vez, esa agua, que es de alta calidad, sirve para la producción y para que la gente [los consumidores] pueda confirmar si el axolote –que es una especie muy sensible– sobrevive en esa agua; entonces, [esto] quiere decir que el alimento es de calidad, es orgánico, no está contaminado, al tiempo que con su consumo ayuda a que el ajolote sobreviva”.
Hasta ahora ya se ha llevado a cabo una serie de acciones, que van desde la utilización de modelos matemáticos para el trazado de un mapa demográfico de los axolotes hasta la creación de compuertas, elaboración de abono orgánico y rehabilitación de un flujo hídrico entre chinampas para establecer una red trófica. Además se han realizado programas de extracción masiva de carpas y tilapias, y se creó una red comercial para ofrecer sustento digno a los chinamperos que se involucren en el programa.
El siguiente paso es aumentar el número de chinamperos que participan para multiplicar los refugios y ampliar el efecto positivo sobre la población de axolotes. “¿Cuántos chinamperos están involucrados? ¿Cuántos chinamperos saben que existimos? –se pregunta Zambrano–. Alrededor de 50, con los cuales hemos trabajado. De esos, unos siete aproximadamente han estado trabajando con nosotros aportando ideas y están aplicando prácticamente todas las acciones que hemos discutido con ellos. ¿Cuántos chinamperos serían necesarios? Todos”.
Idea que respalda Pedro, al tiempo que hace un llamado para que se considere la experiencia y el conocimiento que tienen para los planes de conservación: “Lo que yo siento es que ha estado desvinculado, ¿no? O desconcientizado ese tema, porque los científicos actúan haciendo sus investigaciones. Haciendo ese tipo de trabajo que es propio de ellos. Y, por parte del chinampero, lo que nos interesa es seguir con la cultura. Pescarlos y comerlos, porque esa era la tradición”.
Paralelo al proyecto de Zambrano hay otro plan de rescate del ajolote con al menos 20 años de implementación. Se trata del Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas de Cuemanco (CIBAC), de la UAM-Xochimilco, bajo la tutela del biólogo Fernando Arana y que busca restituir lo perdido al medio, mediante la reintroducción de la especie en ciertas partes del sistema lacustre.
El biólogo y su equipo han creado una unidad de manejo ambiental (UMA) que les permite llevar a cabo la reproducción en cautiverio de hasta 10 000 especímenes anuales, “aunque en promedio reproducimos 5 000 al año”, me dice Arana. Mientras una de las biólogas de su equipo me muestra los huevecillos incubados en los grandes estanques que se ubican a la orilla de uno de los canales del lago de Xochimilco, el investigador comenta que en 2013 liberaron 3 000 ajolotes y este año ya se reintrodujeron 500. “En unos meses vamos a reintroducir 3 000 en el lago de conservación de San Gregorio Atlapulco (con una superficie de unas 200 hectáreas), que es la zona núcleo de la reserva ecológica, se encuentra aislado del turismo y tiene condiciones favorables en cuanto a contaminación y especies depredadoras para que los ajolotes se arraiguen”.
En la idea de conservación de Arana, lo que debe hacerse es continuar localizando sitios con posibilidades para hacer introducciones o reintroducciones del anfibio, y “usarlos como santuarios, libres de depredación”. Al mismo tiempo, se continúa con el reparto de los axolotes cultivados a las personas responsables de los llamados PIMVS (predios e instalaciones para el manejo de vida silvestre), con capacitación por parte de su equipo para que “puedan tener la posibilidad de manejar, alimentar y criar estos organismos, e incluso aprovecharlos”.
Aunque comparten el mismo objetivo, Luis Zambrano disiente de algunas de estas estrategias de conservación: “Los programas de reintroducción solo se hacen si estás completamente seguro de que la especie está extinta”. Para el biólogo de la UNAM, el problema es que se están introduciendo en lugares donde no hay condiciones apropiadas para su supervivencia, “puesto que de ahí se extinguieron”. Además, las reintroducciones alteran dramáticamente la estructura de poblaciones al poner a competir por alimento a los alevines nativos con los juveniles reintroducidos. A esta situación, agrega, se suma el peligro de introducir miles de axolotes hermanos que, además de ser clones, pueden estar infectados por quitridiomicosis, una enfermedad que ataca a los anfibios de todo el mundo y que “en Xochimilco de alguna manera han sobrevivido a ella”.
Al cuestionar a Arana respecto al punto de vista de su par científico, el biólogo señala que hay un control de las introducciones en un lago donde antes nunca hubo ajolotes. Además han encontrado huevecillos de los organismos, ya aptos para la reproducción, que depositaron y capturaron por medio de trampas. “Quiere decir que se han alimentado bien y alcanzado tallas para la reproducción, independientemente de la depredación que haya habido por efecto natural”. Sin embargo, respecto a las publicaciones científicas con los resultados de estos seguimientos, el biólogo me responde que solo existen “a un nivel de divulgación”.
El llamado del biólogo es para que ambos equipos trabajen en conjunto. Para él, el gran obstáculo es el manejo de los tiempos políticos, ya que determinan el financiamiento de los proyectos de rescate. Con evidente desánimo, señala: “Ya no hay mucho que hacer, más que este esfuerzo que estamos realizando nosotros y lo que están haciendo los de la UNAM, en relación con los intentos de erradicación de las especies invasoras para mejorar la condición del hábitat”.
La reserva de La Cantera, de la UNAM, es una vieja mina de piedra que, cuando dejó de ser útil, el gobierno le cedió el terreno a la UNAM, que la convirtió en una reserva ecológica sui generis, toda vez que se encuentra enclavada en medio del caos urbano del sur de la capital, un oasis verde y húmedo en una de las colonias populares más conflictivas de la zona.
El acceso está restringido a los científicos y los futbolistas de la propia universidad, que aprovechan el aire saneado para realizar sus prácticas. Uno de los privilegiados es Horacio Mena, veterinario del Laboratorio de Restauración Ecológica de la UNAM, responsable de la colonia de ajolotes y cuyo esfuerzo se encamina a conocer la viabilidad de adaptación de los anfibios a nuevos ambientes para crear una reserva genética. Es lo que Luis Zambrano ha denominado su plan salvavidas, pues afirma que “si la extinción les gana para el año 2020, al menos contarán con una colonia adaptada al medio que, entonces sí, podría ser reintroducida a Xochimilco”.
Para construir esta suerte de arca de Noé del Ambystoma mexicanum, Mena afirma encontrarse en un proceso de aprendizaje respecto a la larva de salamandra. Para ello, él y su equipo no solamente han hecho introducciones parciales en cautiverio, midiendo todos los parámetros del anfibio, sino que próximamente llevarán a cabo un ejercicio de seguimiento telemétrico con transmisores que permitirán conocer sus hábitos nocturnos, el tipo de alimento que consumen en los lagos de la reserva y los sitios más favorables para su conservación. Con esto, el veterinario considera que tendrá 70 % de posibilidades de conseguir la adaptación al medio y, por lo tanto, crear la reserva genética de la especie en estado silvestre.
No obstante, el mismo Zambrano admite que esperaría no tener que echar mano de su plan B, ya que si las acciones se cumplen como se ha planeado, podría mostrar resultados en los próximos años. Confía en la gran capacidad de reproducción de los axolotes, pues cada hembra es capaz de poner 1 500 huevecillos por temporada. “Basta con que los dejemos en paz” para recuperar la población.
“¿Cuál es mi visión? Si logramos en los próximos dos años duplicar la cantidad de chinamperos, mi visión va a ser mucho más optimista de lo que es ahora. Mi visión es que probablemente lleguemos, si no en 2020, en 2025, a más tardar, el ajolote podría estar extinto dentro de Xochimilco, pero si logramos retrasar esto por las estas actividades de los chinamperos, y si duplicamos, o triplicamos la cantidad de refugios, multiplicamos por 10 la cantidad de refugios, entonces 2020 nada más va a ser una amenaza que vamos a pasar sin problemas”, remata el investigador.
El sol se encuentra en todo lo alto. He pasado la mañana entera en Xochimilco conversando con Pedro. Me ha mostrado la forma en que trabaja cada uno de sus cultivos, y una y otra vez ha apelado por el conocimiento que le heredaron “los viejos” como el factor clave para el rescate de toda la zona . “Yo creo que hay que quitarse la venda, tanto chinamperos como académicos, y ver que prácticamente estamos al mismo nivel, ¿no? Porque si bien es cierto que ellos tienen mucho conocimiento en cuanto a libros, en cuanto a investigaciones […] también es cierto que nosotros tenemos toda la parte cultural, […] la parte de vivencia, porque hemos vivido con el axolote toda nuestra vida”, señala.
Fueron esos “viejos” quienes le advirtieron que se iba a quedar solito. Se referían, me dice, al hecho de que él era el único joven que mostraba interés por continuar trabajando la chinampa. Aun así, Pedro dice estar listo para resistir. Habla de crear próximamente una escuela para chinamperos y atraer al trabajo a las generaciones más jóvenes.
“¿Es consciente de que así como los axolotes están en peligro de desaparecer, usted podría ser un campesino en peligro de extinción?”, le pregunto.
“Sí. Vemos la falta de interés que hay por la chinampa, es grave y nos preocupa, porque si se pierde esto, se habrá perdido toda una cultura centenaria, una cultura ya muy vieja. Pero vamos a luchar, otra vez, dando el ejemplo, transmitiendo conocimientos. […] O sea, mi tarea en la vida, por ejemplo, es involucrar a otro. Me conformo con que uno más siga y esto ya tendrá otro futuro”.